sábado, 11 de julio de 2009

Juan Repiso



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Se llamaba Juan Repiso, por uno de los siete "niños" de Écija que cantaba el Romance de la Diligencia de Carmona.




Remolino en el camino,
siete bandoleros bajan
de los alcores de El Viso
con sus hembras a las ancas.



Juan Repiso era negro, pequeño, macizo y apretao como una morcilla. Cuando yo le conocí ya era viejo y no quería jugar con nosotros. Pero adiestrado por la agüela, no nos dejaba ni a sol ni a sombra. Que tirábamos pa'l río, pa'l río tiraba Juan Repiso. Que íbamos a la vega, la vega que iba Juan Repiso, cebao cómo una morcilla, con su cabeza gorda y sus paticas cortas.




Cruza pronto los palmares.
No hagas alto en las posadas.
Mira que tus huellas huellan
siete ladrones de fama.



Dormía en el corral, porque "los animales no son personas, por eso comen si sobra y por eso duermen al sereno".



Supongo que me movía el cariño que le tenía a Juan Repiso, por eso cuando mi agüela nos contaba la historia de cómo llegó a la casa, yo le decía que Juan Repiso debía haberse llamado como el otro "Capitán", Luis de Vargas.



Pero mi agüela decía que Juan Repiso no tenía pintas de capitán. Tenía pintas de bandolero, y por eso le pusieron el nombre.




Ellas, navaja en la liga,
ellos la faca en la faja.
Ellas, la Arabia en los ojos,
ellos, el alma a la espalda.


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Durante unas vacaciones en el pueblo, fueron a hacer una visita a un cortijo vecino y se lo encontraron en el camino de vuelta. Mi hermano mayor lo acarició, y Juan Repiso les siguió hasta el pueblo.



Cuando llegaron a la casa, la agüela lo despachó, pero a la mañana siguiente, el perro seguía a la puerta de la casa. Y mi hermano, a pesar de la bronca que le echó mi agüela, le dió un trozo de pan seco.



Decía mi agüela que por la manera en que engullía se iba a llamar Tragabuches. Pero a mi hermano le dió pena ponerle ése nombre, y por eso le llamó Juan Repiso, como otro bandolero del romance.




Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Malafacha,
José Candio y el Cencerro
y el Capitán, Luis de Vargas



Pasaron las vacaciones, mi hermano volvió a Barcelona y mi agüela se quedó otra vez en el pueblo. Pero ahora ya no estaba sola, que estaba con Juan Repiso.




Echa vino, montañés,
que lo paga Luis de Vargas.
El que a los pobres socorre
y a los ricos avasalla.


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Y cada año, cuando íbamos a verla, ella nos veía más grandes, y nosotros la veíamos más vieja. A ella y a Juan Repiso, que caminaba con paso lento detrás nuestro verano tras verano.



Un año, Juan Repiso ya no estaba más.



"El mal camino hay que andarlo pronto. Que Juan Repiso se ha muerto"



Así, sin más.



Así decía mi agüela las cosas que dolían, pronto, de frente y sin adornos.



Era extraño caminar por las calles del pueblo sin la sombra de Juan Repiso a la espalda, sin oir sus patas lentas andar en el empedrao...



Y mi agüela se hacía la dura, pero yo sé que también echaba de menos a Juan Repiso.
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1 comentario:

  1. Ohhhhhhhhhhhhhhhhh

    Yo tuve un perro lobo cuando era pequeña que tenía una historia parecida! se pegó a la caseta que tenían mis padres en el campo y ahí murió varios años mas tarde...

    Qué listos

    Besicos

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