Me gusta el número siete.
Desde siempre, el siete.
Cuando era adolescente, por esa necesidad que tenemos los humanos de hacer de las casualidades algo con trasfondo, con algún oculto significado, mi amiga del alma y yo inventamos un oráculo con los números.
Un oráculo infantil, absurdo, pero que nos hacía sonreír mientras caminábamos y charlábamos, como dos pajaritos…
Se trataba de ver matrículas de coche.
Y si en ella estaba más de dos veces tu número favorito, significaba cosas.
* Dos sietes: “Él está pensando en ti”
* Tres sietes: “Él te quiere”
* Cuatro sietes: “Él te va a pedir para salir”
“Él” siempre era el chico que te gustaba.
Mi amiga del alma tenía el cinco cómo número favorito.
“¡Mira! ¡Cuatro cincos! ¿Y que le vas a decir? ¿Qué sí o que no?”
“Ualaaaa! Tres sietes! ¡Lo sabía, lo sabía! Cómo me diga algo, me muero…”
Ha llovido mucho desde mis 13 años, cuando en un día afortunado encontré a mi amiga del alma.
Hemos buscado juntas en todas las matriculas que veían nuestros ojos.
Hoy sigo mirando las matrículas de los coches.
Cuando voy al trabajo, hago siempre el mismo recorrido.
Hace una semana, una de las calles por donde paso siempre estaba cortada, y el tráfico estaba desviado por otra calle.
Y allí había un coche aparcado, con tres sietes…
Aunque la calle ya no está cortada, ahora, cada día cuando voy al trabajo me desvío para pasar por esa calle.
Los días que veo el coche con los tres sietes, me sonrío y me siento tan absurdamente feliz... que esta historia merece estar en el trastero.