viernes, 5 de junio de 2009

Yo quería ser un cubo

Desde que tengo uso de razón yo quería ser un cubo.
Pero sólo con mirarme bastaba para saber que nací bola. 
Si alguien pasaba por mi lado, sólo con el aire que desprendía al andar, yo empezaba a rodar y rodar sobre cualquier superficie.
Y mi pero pesadilla infantil eran las pendientes. Fuesen como fuesen yo siempre acababa rodando cuesta abajo, o incluso cuesta arriba, aterrorizada  por no saber si al final de la cuesta me caería al vacío.
Nunca conseguí estar firme y segura, a no ser que mi entorno fuese plano, planísimo... sin sorpresas, agujeros ni cuestas. 
Y envidiaba a los cubos, las pirámides puntiagudas, los cilindros, que aparentemente se parecían a mi... pero ellos tenían base.
Y cuando veía aquellas figuras, tan bien plantadas en mitad de las cuestas, fantaseaba con sus hermosas aristas y le decía a mi madre "Mama, ¿y a mi cuando me crecerán las aristas?".
Mi madre, que nació bola como yo, por aquellos entonces era un hermoso cilindro, y me decía: "Te harás mayor, pero si no te rompes, no tendrás aristas". 
Y yo, que soy adicta a la belleza en todas las expresiones, también tengo fobia al dolor en todas sus expresiones... y no me quería romper.
Muchas noches soñaba que era un cubo. Soñaba que, sin dolor, me crecían aristas tímidas y puntiagudas, y que me convertían en algo especial. 
Veía las aristas tomando forma en mi esfera, despacito, hasta convertirse en ángulos bellos y perfectos que lo cambiaban todo.

Cambiaban la manera de conjugar todos mis verbos: la manera de sentarme, de caerme, de creerme, de moverme, de salirme, de perderme, de escribirme...  de escribir, de perder, de salir, de mover, de creer, de crecer, de caer, de reír, de vivir... 

No me he roto, y no hay sorpresa final. 
Soy exactamente lo que se veía venir. Una bola. Firme, redonda y absolutamente lisa.
Ya no envidio las aristas pero... me siguen pareciendo preciosas, extrañas, seductoras, enigmáticas y profundamente atractivas.
Cuando la vida (o la inercia) me lleva por cuestas o barrancos, ruedo como puedo, esquivando las rocas y los agujeros del suelo.
Y a veces, cuando encuentro alguna figura en el camino, le pido permiso, abro las orejas y me dejo caer un rato en una de sus rectas.
Y me impregno de sus vivencias...

Y así, ya nutrida, repongo energías para seguir rodando hasta la playa a donde descansan las esferas.

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